sábado, 11 de octubre de 2014

Yo duermo en un lecho de flores secas

Dos poemas


CARMEN JUAN
“Ya lo advertiste.
Yo duermo en un lecho de flores secas. Nada
puede
cultivarse en esta tierra. Es por la humedad. Las
raíces se confían, crecen ya podridas. Esa es la
condena, está en el

origen. Si las semillas germinan, teme, porque
nadie

podrá salvar este campo.

Yo duermo

en un lecho de flores secas que crujen cuando
respiro.

Si vas a quedarte

no sonaremos.

Si vas a quedarte

este lecho será el silencio y el huerto yermo.

Ya lo advertiste.
Volarán proféticas golondrinas hasta tu cuarto,
se desintegrarán pronunciándome y sabrás, es
el castigo, es el castigo por lucir mi nombre en
el pecho.


Los valientes son los malditos.
La indiscreción se paga con plasma infectado.
La imprudencia se paga habitando el virus.

De modo que la escena es la siguiente:
ella (yo) armada como se arman los idiotas, ya
saben,
un papel

algo con lo que arruinarlo

una coraza de viento

la boca, eso sí, la boca

cubierta por una cinta para que calle

cubierta por una cinta porosa para que entre el
aire.

Ella (yo) dice

de acuerdo
asumo
silencio.

Vendrán la enfermedad y el castigo.

Ya lo advertiste.

De modo que el discurso es el siguiente:
soy demasiado joven para agitarme en el aire
pañuelo de despedida blanco como las palmas
de las niñas blanco
soy

demasiado joven para no ser valiente
demasiado joven para no ser estúpida
demasiado joven para no estar maldita

soy

demasiado joven

para no dar de comer a la bestia

para no alimentar desde estas manos blancas la
psicopatía

Vendrán la enfermedad y el castigo.
Ella (yo) estará esperando.”
— Primer poema de "Amar la herida", Carmen Juan Romero.
“A la tierra tierra

dice que no sabe
Alejandra Pizarnik

Yo no nos pretendía así, Alejandra,
perdidas como vos

en la noche en la concha en la palabra.

Yo no pretendía

el dolor el miedo

pero sobre todo

yo no pretendía

el amor, bien lo sabes.
No quería
tu genio, no quería

este quemar en el pecho.

Yo no pretendía

escribir pero escribo sobre

los que escriben sobre

la Muerte. La Muerte que

tontea con los hombres-poetas
porque le cantan bellos versos

al oído. Les dice —a ellos— que son
siempre el mejor jugando al juego
de letras encadenadas. Que

les ensalzará, que bordará

en la historia sus nombres. Que
les convertirá en eternos.

A casi todos les miente.
A ellas no, a ellas no puede. Ellas,

las mujeres-poetas que escriben sobre

la Muerte, son menos porque

a las mujeres que escriben sobre

la Muerte siempre las encierran.

A ellas les dicen
que las sanarán, les dicen

que la tristeza se cura, les dicen

que el quemar en el pecho

que las clavículas rotas
que los pedazos de invierno
no son más que un error en la
dosis de los fármacos. A ellas,

las mujeres que escriben sobre

la Muerte, siempre las entierran. A ellas no.

A ellos les besa en los dedos, les promete
que todo papel impreso

llevará sus nombres.

A ellas las besa en la boca, las arrastra.
A ellas les dicen

locas y entonces

la Muerte se ríe un poco, pero
sus textos sí los guarda de veras porque
también la Muerte ha sido

una mujer

escribiendo
sobre la Muerte.


Ahora preferiría echar

a la tierra tierra

a la tierra cuerpo

a la tierra manos de poeta.

Alguien

debió explicarme

que el amor es miedo es muerte
que el amor es muerte es miedo.

Yo no nos pretendía así, Alejandra.

Yo no quería querer yo no quería locura yo no
quería

escribir escribir escribir
sobre la Muerte.”
— "Amar la herida", Carmen Juan Romero.

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